lunes, 13 de febrero de 2012

ASESINAN VIEJA USURERA MIENTRAS DESCANSA



En vísperas de diciembre del año pasado un asesinato dejó a varios seres desconcertados. Otros, indiferentes ante el tema, defendían la inutilidad de aquella anciana que estafaba a personas humildes inmersas en una gran miseria.


Uno de ellos era Raskolnikov, el autor del crimen. Luego de una larga estadía en su casa, esperando el momento preciso para llevar a cabo su plan ya maquinado, se dirigió a la cocina a coger el arma a escondidas mientras ingeniaba la manera de hacer pasar desapercibida el hacha filosa dentro de su desgarrada vestimenta.


 Así fue como el criminal dio inicio a su crimen, cómo, luego de largos días cargando con su remordimiento, ha decidido hablar en altas horas de la noche con el oficial ahora solitario en el centro policial de la ciudad. Dando a conocer el porqué de su acto nos relata con lujos de detalles lo ocurrido:


- En esta época de ideas revolucionarios son muchos los que innovan antiguos métodos de subsistencia para así tener una vida gloriosa. Tal fue el caso de Napoleón… decidido a obtener la gloria se lanzó desbocadamente a llevar a cabo sus pensamientos, a pesar de que estos conllevaran la muerte de una o dos personas… Me he decidido firmemente a ejecutar mi proyecto por el simple hecho de apreciar mi vida, la de mi madre Pulqueria y la de mi hermana Dunechka; he dado un paso al frente decidido a acabar con la miseria en la que me encuentro y así obtener la fama que un hombre de grandes ideales como yo, desea y debe obtener. Hace poco me publicaron un escrito en una revista, muy conocida de hecho, en donde defendía este punto de vista. Ahí expongo de manera clara y concisa las causas que llevan a un hombre a ser superior a otros y lo que se debe esperar de ellos. Todo proviene de libros, lo admito, pero es justo aquello lo que nos genera conocimiento y si los personajes de los que hablan han triunfado pues ¿por qué yo no?... He sido un mentiroso y egoísta al querer toda la gloria para mí y un estúpido al matar a una vieja, con el fin de robar cuando mi objetivo se llevo a cabo a medias, ya que los objetos encontrados se encuentran en la piedra de la calle… aún escondidos y el dinero de la vieja aún resguardado en un cofre.


Decidido a hablar unos minutos más, Raskolnikov, fuera de su juicio, parecía retomar nuevamente la cordura mientras se lamentaba de lo acontecido.


- ! Creí tener la certeza queriendo llevar a cabo lo que aquel pensamiento me incitaba, necesitaba demostrar que era más, debía ser independiente, evitar que mi hermana se casara con aquel idiota de Lujin.  Sólo quería ser algo en este mundo, no un objeto movido por el esfuerzo de mi familia!... Pero mis excusas no vienen al caso y mucho menos mis sufrimientos, sólo espero que algún día mi Sonia, mi familia y mi gran amigo Razumikin me perdonen. Aún guardaban cierto respeto y amor hacia mi persona ¿¡es acaso lógico!? He ejecutado a una vieja y demuestran cierto cariño hacia mí…  Je Je Je


- Pero volvamos al tema, no seguiré discutiendo mis problemas personales mientras usted aparenta escucharlos con intensa atención. Luego de haber esperado el momento preciso, en el que Isabel se ausentara por fin de la casa de su hermana anciana Alevna, a eso de las 7 - 8 de la noche decidí llevar a cabo mi acción, cogí el hacha, la escondí en mi chaqueta y envolví una piedra en un papel con cierta dificultad para distraer a la vieja mientras yo descargaba el golpe mortal…


- ¡Todo fue tan rápido! Y… si quizás se me habría ocurrido otra cosa, no lo sé, matarla con un revólver, aparentar por ejemplo que se había suicidado, ¿mi acción no sería menos inhumana? Pero no…, el hecho no es ese, el hecho es que aún así me habría delatado… ¿Sabe usted acaso las horas de sufrimiento interno que afronté conmigo mismo luego de esto?, ¿se imagina usted el dolor, la fiebre, que debilitó a mi cuerpo por completo?... ¡Soy un completo idiota!


De pronto el silencio colmó la sala, todo se encontraba en total silencio, el jefe de policía no podía creer lo que había estado escuchando, nunca pensaba encontrarse con un loco parecido. Pero, decidido a escuchar por completo esta terrible historia, decidió comentar:


- Por favor Sr. Raskolnikov, reconozco bien su dolor pero sólo podré ayudarle si continua con la historia, intente ser preciso pero claro y detallado.


- ¡Muy bien! Pues así seguiré mi relato, ¡de manera clara y concisa!... Je Je… Como le estaba contando, cogí el arma de la cocina y me dirigí rápidamente a casa de mi víctima; llegué al edificio y subí sigilosamente las escaleras que daban a su apartamento en el cuarto piso. Vacilé en tocar la campanilla pero decidido a llevar a cabo mi plan la toqué con fuerza y con cierto apuro. Me abrió luego de un rato, algo molesta, y notaba en mí cierta palidez ¡Ja! Pues cómo no estarlo, estaba a punto de matarla. Pero no se dio cuenta del hacha que cargaba encima así que el plan se ejecutaba a la perfección, le di el objeto con un ademán de alegría fingida y mientras desataba el cordón que sostenía la envoltura desprendí el hacha de su escondite, lo zumbé en el aire y la dejé caer, sin mucha fuerza, en la cabeza de la imbécil; le llego hasta la coronilla pero no estaba seguro de haberla asesinado, así que decidido a robarle para comer, descargué dos impactos de mayor potencia contra su cuerpo indefenso, haciéndola pasar, indudablemente, del delirio a la mortandad. En ese mismo instante recorría mi vista todos los rincones de la casa hasta dar con su escondite debajo de la cama… Lógico para ser el de una vieja. Así encontré los objetos de oro y plata que guardé en mis bolsillos para luego ir a buscar la llave que abría el cofre con el montón de dinero; la vi con cierto temor por la posibilidad de mancharme con sangre ya que estaba colgando del cuello del cadáver…  Pee…ro se escucho el pestillo de la puerta ¡alguien la abría! Así que cogí el hacha y con firmeza fui a asesinar al testigo del crimen, descargué el siguiente hachazo contra la cara de Isabel que dejaba entrever en su rostro un pánico indescriptible que…yoooo le producía antes de su muerte.


- No era mi intención matarla a ella, claro está, sólo que se entrometió en mis asuntos. Pero bien, cerré la puerta del apartamento con seguro y segundos después escuche unos pasos que sin duda se aproximaban, llegarían en cualquier momento a la escena del crimen. Me escondí detrás de la puerta, decidido también a matar al que entrara y así esperé escondido hasta que las dos personas que charlaban sobre la presencia de la vieja, bajaron en busca del portero.


- En eso me sentí perdido ya que me encontraba en un cuarto y último piso, no podría hacer absolutamente nada, ¡o me descubrían o me descubrían!, así que decidí bajar las escaleras con prudencia para intentar pasar desapercibido, lo que sería muy difícil; pero al ver la puerta de la habitación, próxima al segundo piso, abierta, vacía y a medio pintar decidí esconderme y esperar a que los otros subieran mientras yo limpiaba el arma asesina…


- Todo lo que sigue sucedió realmente rápido, bajé las escaleras hacia la entrada principal y precipitadamente llegué a mi pocilga, devolví el hacha a su lugar, para que Nastasia no notara su ausencia y me limité a dormir interrumpidamente hasta despertar y darme cuenta realmente de que mi plan se había llevado a cabo.


- Limpié mi vestimenta, vacié mis bolsillos, limpié mis botas y fui a esconder los objetos robados. Así fueron las cosas, luego de eso nada tiene sentido, sólo mi simple caminata insignificante por las calles y mi enfermedad que usted bien conoce y que aún me acompaña Ja Ja”


Sacó el revólver de su chaqueta y acabó con la vida del oficial para luego seguir su rumbo sin sentido por la ciudad.


Gabriel Capriles

(Cuento basado en la obra de Fedor Dostoievsky, Crimen y Castigo)

viernes, 10 de febrero de 2012

El Frío del Papel


Apenas salía el sol. Leo se despertó e inmediatamente se cepilló los dientes. Tenía tantas ganas de respirar el aire puro de la ciudad que se olvidó una vez más de su madre, Olga. Este no aguantaba sus insultos diarios por cualquier cosa. En realidad, Leo no entendía por qué Olga lo trataba tan mal. ¿Dejó de pedirle la bendición? No lo sabía. ¿La ofendió en algún momento? Tampoco lo recuerda. Solo estaba seguro de que en la calle podía encontrar algo distinto a los problemas familiares que constantemente enfrentaba. Mirar a la gente pasar, ver el tráfico que se formaba por algún accidente, o simplemente observar las risas de las personas era genial.

 Leo pasaba horas fuera de su casa. Su madre nunca lo llamaba. El teléfono repicaba para anunciar a Marta, quien siempre lo acompañaba en los momentos difíciles. Cada fin de semana salían a distraerse un poco y Leo no paraba de hablar de su madre. Un día, Leo esperaba a Marta en alguna estación de metro como era costumbre. Sin embargo, una llamada lo estremeció. Era un hombre que avisó la llegada de una mujer blanca, de cabello largo castaño y muy delgada a un hospital. Ante tal descripción, Leo comprendió que se trataba de Olga. Leo pidió la dirección del lugar donde estaba recluida y de inmediato fue tras ella.

Los nervios de Leo eran tan evidentes que su rostro cambiaba de color, de un blanco pálido a un rojo intenso. Los minutos transcurrían y lo único que tenía en su mente eran malas noticias. Su mayor deseo era llegar lo más rápido posible a ver a su madre. Mientras tanto, el hombre que llamó a Leo estuvo al tanto del estado de salud de Olga. No era muy favorable. La sala de espera del hospital se encontraba vacía, como si la tristeza hubiese nublado el lugar. A lo lejos se escuchaban los pasos de aquella persona que llamó por teléfono a Leo. Su rostro mantenía una seriedad única hasta la llegada del chico. Desesperado, Leo gritaba el nombre de su madre, y el hombre del teléfono se le acercó.

—   ¿Eres Leo, no?—le dijo.

—   Sí, ¿sabe dónde está mi mamá? — preguntó angustiado.

—    En el más profundo de los descansos. — respondió sin titubear. — Y te dejó esta nota, que ahora debes revisar. — advirtió.

Leo tomó la nota y se alejó un poco del hombre que le habló. Temeroso, confundido, con una carga tan grande en el pecho, abrió aquel pedazo de papel como si fuese Olga quien le hablara. Aquella nota tenía tanta tristeza en medio de sus palabras, que Leo no pudo más con sus sentimientos y lloró como un recién nacido. El hombre solo observaba con detenimiento la reacción de Leo. Él quería escapar de ese lugar llamado hospital que terminó por aborrecer apenas terminó de leer la nota. Antes de irse, el hombre detuvo a Leo para poder consolarlo como él hubiese querido que lo hiciera su madre. Para ambos era difícil aceptar la realidad. Leo quería arrancarse el corazón y dejarlo en el suelo, pero a la vez tenía que luchar por el futuro que le esperaba.

Un poco más calmado, Leo insistió en saber quién era ese hombre que lo llamó. No le encontraba sentido por más que lo pensara en su alterado estado de ánimo. El hombre tenía mucha curiosidad en saber cómo era la relación de Olga con Leo. El la recuerda como una mujer difícil, encerrada en sí misma, y con muchos problemas desde su juventud. Por lo que cuenta Leo, aún en su madura edad no cambió su actitud. Y él quería saber por qué.

 El hombre imaginaba tener una respuesta a las interrogantes del chico. Para Leo siempre fue doloroso no saber qué era lo que le pasaba a su madre. Su silencio, su encierro y su falta de amor hacia él era un asunto lamentable.

El hombre no dejó pasar la oportunidad y le contó que conocía a su madre desde la adolescencia. Para ambos fue una época de inseguridad que nunca podrán olvidar. Leo parecía muy interesado en escuchar algo que Olga jamás contaría. No se sabe si por vergüenza o inmadurez. En una fiesta, la confusión de dos seres humanos se unió. Todo iba entre risas y diversión. Sin pensar que aquella mujer despreocupada pudiera enfrentar la dura realidad de dar vida a tan corta edad. Sorprendido, Leo volvió a leer la nota que le dejó Olga en voz alta.

—   Nunca estuvo ni estará en mis planes compartir mi vida con alguien más —leyó con mucha tristeza.

Leo salió destrozado del hospital sin permitir una palabra más de otra persona. Quería olvidarse de todo y de todas las personas que lo rodeaban, incluyendo a Marta. Pero el hombre lo detuvo por un momento.

—   ¿Apenas comienzas a vivir, sé que no puedes comprenderlo. Déjame ayudarte — le dijo.

—   Gracias — respondió desesperado.

            Leo no pudo aguantar tantas emociones juntas y lo abrazó como si nunca lo hubiesen felicitado por su cumpleaños.

        Vicente Bloise

Un rebullón en el asta de la bandera

Los rebullones son una especie de zamuros llaneros, de aquellos que de pronto aparecen y desatan ciertos males, acaban con las cosechas y dejan ese olor tan particular que desprenden sus oscuras alas. Estas alas le dan un horizonte más amplio, una gama de posibilidades más extensa que la de un gallo o un pato. Quizás esa perspectiva permitió este panorama, aquel que aún se deja entrever en la parte más alta de la formación  de la mañana, en donde nuestra vista llega a ver pero nuestras manos no alcanzan a tocar.

Un día como cualquier otro, desprovisto de aventuras alternas a lo cotidiano de la vida estudiantil. Pero ¡no!, este suceso no alteraría el orden natural de las cosas… 

Mejor olvidemos explicaciones y vayamos a lo acontecido.

Pasamos a la altura de la autopista de Prados del Este, unos dormidos, otros despiertos, da igual. El resto, abordo del transporte, miraban a su alrededor buscando algo que parecía matar su intranquilidad. El mismo de siempre escuchaba música y Luis comía una arepa. Todo concordaba en el transcurso del camino, la misma gente, las mismas acciones.

Llegamos al colegio un poco tarde, así que bajamos en donde Carlos para correr inquietos por los pasillos color ladrillo. Al final del pasillo la lista nos esperaba, formábamos igual que siempre, esperando las anotaciones por la tardanza, el salón de clases y las mil palabras.

De pronto se divisó un zamuro. Llegó el rebullón que Rómulo comparaba con una mujer de características bárbaras, aquel que tarde o temprano le traía el mal a sus tierras. En fin, era un ave poco común que venía descendiendo precipitadamente hacia el asta donde izábamos la bandera todas las mañana.

Era pues el tiempo del himno, algunos miraban al cielo esperando la caída de la misteriosa ave y otros conversaban o cruzaban los brazos con la indiferencia del que tiene examen de matemática.

-¡Es un pájaro!- Exclamó un alumno-

-No es un pájaro cualquiera idiota, es un zamuro- corregía el compañero-

-No no, es sin duda alguna un rebullón-afirmaba Jesús, el profesor de literatura- de aquellos que revuelan por ambientes llaneros y desprenden un olor pútrido de sus alas.

Pero a quién podría interesarle este asunto. Una carcajada grupal rompió el silencio de la formación en orden debido al color negruzco que de pronto contrastaba con el de las estrellas de la bandera o, quizás, por el rojo de color vivo que chorreaba a borbotones hasta caer en el suelo confundido por otro tono de rojo atribuido a la sangre de los héroes de nuestra patria.

Mientras el zamuro emitía sonidos extraños parecía satisfacerse de su estadía en este lugar magnánimo que le daba la completa atención, mientras que la sangre y el olor pestilente que desprendía de sus alas rotas tocaba ya los talones de los estudiantes y profesores, reunidos en la plaza.

Ahí seguía la formación ya descompuesta, el orden hecho un caos, pero de risa, de burla, de notable indiferencia, que se producía al oír y al observar aquel ser que parecía disfrutar de su nueva desgracia.

Pasaban las horas y el hecho seguía estático: la misma sangre, el mismo rebullón, la misma formación desordenada que reía a carcajadas y sin parar. El olor y la sangre ya alcanzaban nuestras rodillas, luego nos tocaban las espaldas y ahora, mientras pienso en estos hechos, estoy a punto de ahogarme. Me llega hasta el cuello…

La situación de la gente era de aquella que aún espera con impaciencia su próximo fin de semana, se mantenían en risas y en simples pero bruscas carcajadas. Los profesores nos acompañaban en este inusual reír como si fuera éste un hecho del más común de sus días.

Esto no imparte necesidades para nadar o para salir de este océano repugnante ya que todos nosotros, inmiscuidos en esta especie de chiste, parecemos disfrutar, como el rebullón, de la perfidia ocasionada por la misma víctima.

Hablando en términos más generales, estamos indiferentes a lo que pueda suceder, indiferentes ante lo que aquel rebullón haga de nosotros y de la escuela. Dudamos de lo que pueda pasar en las afueras de estas instalaciones, y el entretenimiento da los medios para la ignorancia.

Por fin ha llegado a mis narices, ahora el olor es inaguantable, la sangre desagradable y todo esto inhumano, vergonzoso. Todos esperamos el momento de que caiga, de que aquel rebullón se desplome y desaparezca para siempre.


Gabriel Capriles