viernes, 15 de febrero de 2013

Mi amigo Poe



Desde muy joven deseó vivir en París. Soñaba pasearse por las calles de la Rue Morgue, reviviendo escenas oscuras de las lecturas de Poe. Aun talentosa, aun adinerada, había renunciado al sueño de toda gran artista: vivir en Europa. Sin embargo, nunca abandonó a su querido y estimado Poe, quien la acompañaba de vez en cuando… en un corto descanso a las orillas del mar; a la hora del té, sentados a la mesa de toda respetable señora inglesa; o al despuntar el alba, con el primer sonido de los grillos, con el último sorbo de té.

Extraño retrato figuraba al pasearse por las calles de tan ruidosa ciudad. Una anciana, de pálida piel y negra vestimenta, caminando de esquina a esquina con un libro en mano. Leyendo en voz alta, por supuesto, con voz fuerte y clara, para que todo alrededor se pusiera a su favor. Las casas coloridas en meras sombras se convertían y todo, en tan contenta ciudad, se tornaba frío y tenebroso, pacífico y sereno, para la anciana y compañía.

-¿Qué opinas en comprar algunos vegetales?-

Ella, distinguida y elegante, levantaba la mano para dar paso a tal petición.

-Of course than yes, dear Poe.

Cientos de miradas. La pequeña muchacha de rostro inexpresivo que aún no logra comprender tal expresión, la burla retenida de un joven usurero que embolsa las verduras, la inquieta mirada de otra anciana sedienta de curiosidad; y ella, vista tan sólo por dos dulces ojos, tomando uno por uno, detenidamente, los vegetales de mejor calidad. 

-¿Cuál repollo prefieres para esta tarde?

-Este de la derecha se ve mucho mejor.

-¡Oh yeah my dear! A good decision.

Daban las doce en la catedral. Las personas se agolpaban detrás de la señora, quien andaba y andaba, con bolsa en brazo y libro en mano, apreciando el grato colorido que de la deshabitada y oscura ciudad podía observar. Pensaban que estaba fuera de sus cabales, pero Poe pensaba cosas muy distintas… una distinguida señora, de la alta sociedad inglesa, apellidada Longshire. Ya en la cocina, ya hambrientos… un perfecto espécimen para uno de sus experimentos.

-My dear Poe, ¿qué deberíamos ponerle a la ensalada?...

En una mano el libro, en otra el cuchillo, moviéndose y moviéndose con sin igual placer. Un toque de perejil, un poco de apio, y al final el toque de repollo. En seguida a la mesa, predispuesta por la querida sirvienta Sally que se había marchado de luna de miel. Comida, risas, pequeñas menudencias… Divagancias, unas cuantas copas y, finalmente, el último bocado. 

Gabriel Capriles