-Hijo, ten tus trenzas bien amarradas. Recuerda que es un peligro andar con ellas sueltas por ahí. Pueden pisarlas y caerte de cabeza, puedes pisarte tu mismo y caer, puedes quedar atrapado en las escaleras eléctricas y luego caer contra el escalón de metal que te abriría la frente-. Esto último siempre me ocasionaba un terrible presentimiento. No estaba seguro de cómo sería pasar por un lugar tan peligroso. Aun así estaba tranquilo, ya que no había motivos para montarme ahí…
Sin embargo, con el pasar de los
días, fui con mi padre a comprarle el regalo de cumpleaños a mi madre, en el
C.C. Galerías. Pronto caí en cuenta de lo que enfrentaría. Miré mis zapatos
antes de bajar del carro y de pronto… Estaba ahí, ¡frente a ELLA!.
-Vamos hijo, debemos comprarle el
regalo a mamá. No tengas miedo, yo te daré la mano y pasaremos sin ningún
problema.
-No, ¡no papá! ¡Es peligroso!
-Anda, ven hijo, estamos
apurados.
Jamás he comprendido la necesidad
de subir en ellas, en todo momento me ha parecido un absurdo. Existen las
normales, en las que tienes que moverte, no aquellas en las que no es una
obligación hacer uso de tus pies una vez en ellas. Siempre tuve esa sensación
de pánico a la hora de dar un salto al primer escalón en movimiento. Lo veía
por un rato, tan gris ¡Tan peligroso! Y luego me dignaba a dar ese salto que...
¡Pero no!... ¿Luego qué?
Me debía quedar inmóvil en aquel
lugar, y aún así moverme… Retomar el valor, desafiar el miedo al ver el
destino, al sentir nuevamente el pánico de volver a saltar por segunda vez…
-Sube tú papá, yo subiré por las
normales-. Me dirigí hacia ellas, corrí con rapidez, y le alcancé sin ningún
problema. De ahí en adelante he descartado la posibilidad de subir las
escaleras eléctricas.
Gabriel Capriles